¿Es el SIDA una enfermedad específicamente distinta de las
hasta ahora conocidas?
El SIDA tiene muchos
aspectos comunes con otras enfermedades que han producido pánico en la
historia: carácter contagioso, resultado fatal a largo plazo, extensión rápida
hasta constituir una verdadera pandemia. Pero junto a estos caracteres, el SIDA
tiene un elemento que hace de esta dolencia algo específicamente distinto: su
transmisión va ligada a menudo a comportamientos reprobados por la moral, como
son el consumo de drogas, la conducta homosexual y la promiscuidad sexual. Si
estableciéramos alguna comparación entre el SIDA y alguna otra enfermedad
reciente, la referencia podría ser la sífilis antes del descubrimiento de los
antibióticos.
Por su carácter incurable,
al menos hoy por hoy, hay un aspecto del SIDA que lo convierte en algo
singular: por la responsabilidad moral que puede suponer el haberlo contraído y
el poderlo transmitir a otras personas, se cae en la cuenta de las
consecuencias del ejercicio de la libertad. Además, el SIDA plantea ante
nuestra civilización dos cuestiones adicionales, con una intensidad que hoy no
es en absoluto frecuente: por un lado, lo inevitable de la muerte; por otro,
las limitaciones de la ciencia y de la técnica, que no tienen respuesta eficaz
para todo.
Por un comprensible
mecanismo psicológico, mientras existe posibilidad de curación el hombre tiende
a alejar de sí la perspectiva de la muerte y basa su seguridad en la eficacia
de la ciencia y de la técnica. Pero el SIDA confronta con la necesidad de
admitir que la naturaleza plantea límites morales: es propio de la verdad de la
libertad humana el asumir las consecuencias, a veces irreparables, de los
propios actos; la muerte es la perspectiva vital de todos, y la ciencia y la
técnica no son la panacea que lo resuelva todo. De ahí el pánico generalizado
que el SIDA produce en nuestros días, y que plantea la necesidad de reflexionar
sobre lo correcto o erróneo de algunos elementos culturales que configuran la
mentalidad contemporánea.
¿Puede decirse, pues, que en el problema del SIDA existe un aspecto
que podríamos llamar cultural?
Sí, por dos razones: la
primera es que, en las sociedades desarrolladas, la enfermedad y la muerte se
consideran como poco menos que fracasos de los que hay que huir a todo trance,
y, en estas condiciones, se tiende a poner en la ciencia y la técnica toda la
esperanza; pero el SIDA pone de manifiesto que eso no es suficiente: aunque los
avances científicos y técnicos ayuden mucho a la calidad de vida y al bienestar
social, tienen unos límites y no pueden anular la responsabilidad del hombre,
que debe asumir las consecuencias de sus actos.
La segunda razón es que,
al no conocerse para este mal un tratamiento curativo médico eficaz, surge la idea
de que sólo puede ser combatido con medidas preventivas tendentes a lograr
cambios en la conducta personal; lo cual plantea la cuestión de los valores
éticos, es decir, de los criterios últimos de lo que se puede hacer y lo que no
se debe hacer. Eso pone en cuestión algunos prejuicios de la cultura moderna
como un ejercicio de la libertad sin restricciones ni valores, la irrelevancia
social de algunos comportamientos que se llaman privados, etc.
En este sentido, el SIDA,
además de una enfermedad, produce un fenómeno cultural que incita a la sociedad
contemporánea a replantearse todo un sistema de valores que algunos daban por
supuestos. Los criterios necesarios en materia de conductas preventivas del
SIDA parecen afectar así, de una forma peculiar, a algunas de las
consideradas libertades individuales.
¿Cómo puede afectar a las libertades individuales la prevención del
SIDA?
Los que viven en
sociedades desarrolladas ya no están acostumbrados a imponerse
auto-limitaciones en su conducta ni siquiera para evitar poner en peligro su
vida o su salud, especialmente en lo que se suele llamar libertad sexual. La
auto-limitación en las conductas personales como medida preventiva sólo se
acepta en materia de accidentes (seguros, cinturones de seguridad, casco para
motoristas, mineros o trabajadores de la construcción, etc.), y en algunos
comportamientos muy concretos, como el hábito de fumar. Pero en el caso del
SIDA, el autocontrol en algunos comportamientos con finalidad profiláctica
-rechazo del consumo de ciertas drogas y, sobre todo, de las prácticas
homosexuales o de la promiscuidad sexual- se considera por algunos una
intromisión inaceptable en la autonomía del individuo.
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